¿Soy yo o es mi pareja?

Sabes claramente que hay algo que no va bien en tu relación pero no sabes si eres tú mism@ que exige mucho o es tu pareja, que es frío y egoísta.

Muchas son las personas que llegan a consulta sabiendo algo: “estoy mal”, te dicen. “Sufro mucho, lo paso muy mal”, te cuentan la historia de su relación de pareja y después, te dicen “¿tengo un problema yo o es mi pareja?”. Esta duda es crucial. La persona sabe claramente que hay algo que no va bien en su relación pero no sabe si es ella misma que exige demasiado, pide mucho y es muy sensible, o es que su pareja no atiende de forma correcta sus necesidades. En definitiva, no sabe si ella es demasiado exigente y sensible o su pareja un desconsiderado egoísta. NO hay una perspectiva del problema. ¡¿Cómo vas a arreglar algo si no lo entiendes?!
 
Luego hay diferente información contradictoria. Según el momento en que nos encontremos se abogará más por la libertad individual, no atar al otro… casi llevándolo al extremo del fanatismo, donde parece que solo prima la individualidad de la pareja sobre todas las cosas y los enamorados tienen que ser casi como dos desconocidos que sólo se ven alguna vez. Si la época pilla diferente, las redes sociales estarán inundadas de “valida tus emociones”, “escúchate”, “si te sientes así, es por algo” (cosas que son verdad, por otro lado). De hecho, ambos puntos de vista son ciertos, aunque en un principio parezcan contradictorios, son ciertos y se apoyan mutuamente si lo que deseas es crear una relación de pareja sana. Para nada se contradicen. La idea clave es saber cuándo y cómo aplicarnos.
 
¿A qué me refiero?
 
En una pareja, ambas personas deben tener su individualidad. Somos individuos que nacemos solos y morimos solos.  Elegimos después a las personas que nos acompañarán en nuestra vida, pero serán solo eso, acompañantes. En el momento en que dejamos de lado a toda nuestra vida anterior para aferrarnos a una pareja, estamos metiendo un pie en la cueva de la dependencia emocional y las relaciones tóxicas. Vas a necesitar a tu pareja y vas a necesitar que tu pareja te necesite. Puede sonar maquiavélico, pero sucede. Manteniendo una vida donde tienes ciertas áreas que sólo te pertenecen a ti (no totalmente separado de tu pareja), de algún modo, estás te protegiendo para no amar desde la necesidad. Amarás porque lo prefieres, no porque lo necesites. Ese es el amor de verdad.
 
¿Qué hay entonces de tus emociones? Van a estar ahí siempre. Evidentemente vas a sentir y va a haber cosas de tu pareja que te afectarán (no pretendamos ser de hierro y no tener sentimientos). Tus emociones van a estar ahí y se tienen que tener en cuenta, pero también las de tu pareja. Y han de respetarse ambas. Y por supuesto, que ambos miembros tengan su parcela individual no quiere decir que tengamos que excluir a nuestra pareja de nada. Y si nuestra pareja se siente excluida, es su deber también comunicarlo. Nuestra pareja tiene que sentir que tiene acceso a nosotros, aun cuando tengamos nuestro propio espacio. Ese espacio no es una muralla infranqueable, sino que es flexible a modificarse cada día con las circunstancias que tengamos. Y por supuesto, esa independencia para nada defiende el relegar a nuestra pareja a un segundo plano. La pareja tiene que sentir que es una parte importante de nuestra vida.
 
 
Pero bien, ¿cómo sabemos entonces si soy yo o es mi pareja?

 
Digamos que hay una serie de características que se dan sí o sí cuando existe una persona que tiene dependencia de su pareja.
 
Una persona que se encuentra atrapada en una de estas relaciones, suele estar muy atenta a cualquier pequeño cambio de humor de la pareja, si éste o esta se encuentra bien con él o con ella en todo momento y si tiene la misma intensidad que hubo en un principio (cuando la intensidad del primer momento, sólo suele estar presente en ese primer momento). Esa efusividad va desapareciendo poco a poco ya que si no, nos volveríamos locos. El estado inicial del enamoramiento tiene un poco de locura y no es precisamente funcional para nosotros que siempre nos encontremos en ese estado. Demasiada locura en el largo plazo nos desestabilizaría totalmente. Cuando se pierde parte de esa intensidad sólo significa la consolidación de la pareja (motivo de alegría) y no el desinterés que muchas personas pueden interpretar.
 
Además, se suele caer en tomarse las cosas de forma demasiado personal. Por ejemplo, si mi pareja un día se encuentra absorto en sus pensamientos, yo puedo tener la tendencia a interpretar que está mal conmigo, que está enfadado y, ya de paso, empiezo a notar como se me activan ciertos miedos que puedo tener a todo esto (al abandono, al rechazo, la soledad…).
 
Estos miedos, en parte hacen que desees mucha intimidad y cercanía de tu pareja (cosa que está muy bien), salvo que sea una necesidad absoluta y no puedas vivir sin estar un segundo sin saber qué hace tu pareja. La paradoja de todo esto es que cuando sin querer estamos controlando al otro, nos convertimos a nosotros mismos en seres controlados por las circunstancias del día a día, y eso nos llevará a disgustarnos con muchísima facilidad. Cada pequeño evento del día supondrá un reto a salvar. Y lo peor de todo, una vez superado el desafío de ese día, te espera el del día siguiente. Suena agotador, ¿verdad?
 
Todo esto al final acaba haciendo que tus emociones empiecen a subir y bajar como si de una montaña rusa se tratase, te disgustarás con facilidad y reaccionarás de forma desmedida (para luego arrepentirte) a cosas que aparentemente no concuerdan con esa reacción. Y después, te arrepentirás y machacarás a ti mismo por “ser como eres” (no eres de ninguna forma, ya que no estás reaccionando a ese momento, estás reaccionando a todos los momentos que te has guardado de toda tu historia personal).
 
 
 
Todo esto, lo que suele hacer es generar a su vez una dinámica de pareja donde el sufrimiento sea tu mayor compañero del día a día.
 
 


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